Catecismo
19- LA COMUNIÓN
El apóstol Pablo le escribió a la Iglesia en la ciudad de Corinto acerca del mandato de Jesús acerca de la celebración de la Comunión:
1 Corintios 11:23-26:
“23 Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan;
24 y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.
26 Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”.
Este pasaje no solo nos enseña el centro principal de la Comunión y cómo celebrarla (también en Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19,20), sino que le entrega a la Iglesia el mandato de Jesús de hacer exactamente eso mismo en memoria de ÉL, y llama a cada cristiano a participar en obediencia asiduamente de este mandato. Esta celebración fue instituida por el Señor mismo. Pablo repite las palabras de Jesús que nos dice: “haced esto en memoria de mí”.
QUÉ ES LA COMUNIÓN
La "Comunión" (1 Corintios 10:16), "Cena del Señor" (1 Corintios 11:20) o "partimiento del pan" (Hechos 2:42; 20:7), ocupa un lugar central en nuestro tiempo de adoración congregacional cada vez que nos reunimos, como lo era en la Iglesia del primer siglo (Hechos 2:42,46; 20:7; 1 Corintios 11:20); y es un acto en el que los creyentes tienen parte en el cuerpo y sangre de Cristo.
Se trata de una relación de amor y fe en la que Jesús se nos da en una unión sacramental, y nosotros nos damos a ÉL en respuesta.
Jesús hablando de su cuerpo, dijo: "por vosotros es dado” (Lucas 22:19). Esto sucedió una sola vez y no existe necesidad de repetirse. La obra de Jesús en la cruz fue un solo sacrificio "una vez para siempre" (Hebreos 9:24-28). Pero la Comunión es el Memorial de esto, y una continua aplicación de ese sacrificio y sus beneficios.
1 Corintios 10:16:
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?".
El apóstol Pablo, hablando de la Comunión, afirma que al participar de la copa se trata de la “comunión de la sangre de Cristo”. Y al participar del “pan que partimos”, se trata de “la comunión del cuerpo de Cristo". “Pablo usa las palabras ‘participación en el cuerpo y la sangre de Cristo’ porque quiere enseñarnos que, así como el pan y el vino nutren nuestra vida temporal, también su cuerpo crucificado y su sangre derramada nutren verdaderamente nuestras almas para la vida eterna. Pero aún más importante, quiere asegurarnos, mediante esta señal y promesa visible, que, por obra del Espíritu Santo, participamos de su verdadero cuerpo y sangre con la misma certeza con que nuestra boca recibe estas santas señales en su memoria, y que todo su sufrimiento y obediencia son tan definitivamente nuestros como si hubiéramos sufrido y pagado personalmente por nuestros pecados” (”Un Catecismo Ortodoxo” Bautista de Hercules Collins de 1680 - Q. 84).
Es comunión con alguien mediante la participación en algo. Él al hablar de "comunión", utiliza el vocablo griego "koinonía" que comprende una participación comprometida y sacrificada entre dos partes.
En esa Comunión, "Jesucristo se nos da verdaderamente bajo los signos del pan y del vino, y verdaderamente se nos da su cuerpo y sangre” (Juan Calvino - "Institución". IV,XVII, 11); y nosotros respondemos con acción de gracias, “sacrificio de alabanza" (Hebreos 13:15) y clamor, y “presentando nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional” (Romanos 12:1).
Como en el lavamiento de pies (Juan 13:2-17), Jesús se nos da; y, en respuesta, nosotros nos damos, escuchando el "para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (Juan 13:15).
De esta manera, vivimos “hasta que ÉL venga” (1 Corintios 11:26) anticipadamente una porción de lo que Apocalipsis 19:7-9 llama “la Cena de las bodas del Cordero”, donde el Señor beberá vino nuevo con nosotros (Mateo 26:29; Marcos 14:25). Ahí, como dijo Jesús, cuando "el reino de Dios venga" (Lucas 22:18) la Cena del Señor encontrará su pleno cumplimiento (Lucas 22:16), y comeremos y beberemos a su mesa en su reino (Lucas 22:30).
Jesús, en el momento de la institución de la Comunión dijo que no comería más esta cena “hasta que se cumpla en el reino de Dios” (Lucas 22:16). La palabra en griego "pleroze” traducida aquí en la RV60 como “cumpla”, habla de algo que llega a su totalidad, su plenitud, cumplimiento. Así el Señor nos dejó ver que esta celebración, señala, prepara para, y da ahora anticipos de, lo que será el triunfo futuro. Es decir, en este “paralelismo entre la Cena del Señor y su último cumplimiento” (Darrell Bock - “Luke”), todo lo que viviremos de forma plena define todo lo que nos es anticipado en parte cuando participamos de la Comunión.
PARTICIPAMOS DE LOS BENEFICIOS GANADOS EN LA CRUZ
No creemos en la llamada “Transubstanciación". El pan y el vino en el sentido material en ningún momento dejan de ser más que pan y vino. Pero sacramentalmente es en verdad el mismo cuerpo y sangre de Cristo.
Agustín de Hipona, en el 5º siglo, explicó que un “sacramento” es "una señal visible de algo sagrado, una forma visible de una gracia invisible" ("La Catequesis". XXVI. 50. y "Cartas". 105,III,12).
Así, sacramentalmente, la Cena del Señor es comunión con Alguien mediante la participación en algo. Es el pastor quien nos da el pan y el vino, pero al revivir la Cena del Señor en fe, es Jesús mismo quien se nos da en su cuerpo y sangre, y con su cuerpo y sangre, comparte todo lo que ÉL es y ganó para nosotros. “Tan cierto como recibo de la mano de quien sirve y saboreo con mi boca el pan y la copa del Señor, dados como signos seguros del cuerpo y la sangre de Cristo, así también ÉL nutre y refresca mi alma para la vida eterna con su cuerpo crucificado y su sangre derramada” (”Un Catecismo Ortodoxo” Bautista de Hercules Collins de 1680 - Q. 80).
Por esto el pastor nos dice luego de darnos el pan y el vino: “Toma, come y bebe, esto es verdaderamente el cuerpo y la sangre de nuestro Señor y Salvador para perdón de tus pecados”.
Todo esto trasciende un simple acto simbólico que recuerda algo que sucedió.
El “Credo Ortodoxo” de los Bautistas Generales ingleses de 1678, explica la Cena del Señor como “un recordatorio perpetuo para mostrar a todo el mundo el sacrificio de sí mismo en su muerte, para confirmación de la fe de los creyentes con todos sus beneficios, para su alimento espiritual y crecimiento en ÉL, para un mayor compromiso de obediencia a Cristo, y para ser un vínculo y marca de la comunión que tienen con ÉL y los unos con los otros” (Artículo XXXIII).
Cuando Jesús nos ordenó “haced esto en MEMORIA de mí”, estaba implicada la comprensión de la palabra “memorial” según Israel. El Antiguo Testamento tiene muchas expresiones que apelan a la memoria de Dios. Tanto un hacerle recordar, como que Dios se acuerda de algo, o que Dios dice que le hagan recordar.
Así Dios le revela a Moisés, en el monte Sinaí, su carácter misericordioso, tardo para la ira, que perdona la iniquidad (Éxodo 34:6,7). Israel se rebela a Dios, y Dios le dice a Moisés que destruirá a esa generación, Moisés instantáneamente ora repitiendo con exactitud la revelación que ÉL le había dado de sí mismo en el monte Sinaí (Números 14:17,18). Moisés presenta entre Dios y su pueblo, un memorial de su carácter misericordioso, tardo para la ira, que perdona la iniquidad.
Israel sufriendo por los enemigos, le dice a Dios en el Salmo 74: “Acuérdate de esto: que el enemigo ha afrentado a Jehová... mira al Pacto” (Salmo 74:18-20).
En el Salmo 105:8, el salmista dice: “Se acordó para siempre de su pacto”.
El Salmo 106:45 dice de Dios: “Y se acordaba de su pacto con ellos”, y el Salmo 111:5: “Para siempre se acordará de su pacto”.
Dios le dice a su pueblo en Isaías 43:26: "Hazme recordar".
El salmista en el Salmo 119:49 le dice a Dios: "Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar".
Isaías le dice a Dios: "No te enojes sobremanera, Jehová, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad; he aquí, mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros" (Isaías 64:9).
Jeremías intercede por su pueblo: "Por amor de tu nombre no nos deseches, ni deshonres tu glorioso trono; acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros" (Jeremías 14:21).
Nada de esto quiere decir en absoluto que Dios sufra alguna especie de mala memoria; sino que todo esto refleja un acto solemne de presentar como mediación entre Dios y su pueblo, o bien su carácter, alguna promesa o lo acordado en pacto.
Los discípulos de Jesús que participaron de aquella Santa Cena, entendieron, como buenos judíos, perfectamente el contexto de las palabras “Haced esto en memoria de mí”. Y así, a partir de la muerte y resurrección de Jesús, una vez comenzada la era de la Iglesia, repetían exactamente lo que había hecho Jesús en esa Pascua, y clamaban a Dios, presentaban en memoria el cuerpo y la sangre de Cristo entre Dios y ellos, trayendo al centro de sus reuniones de forma visible y tangible a Cristo y el evangelio, en la fe de lo que la muerte de Cristo consiguió, junto con la expectativa de su segunda venida.
Así, el “hacer memoria” de la Comunión es una participación visible de nuestra participación en Cristo instituida por Cristo mismo, y por lo tanto es un medio de fuente inagotable. Allí están disponibles, para cada creyente, todas “las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8). “Al dar y recibir pan y vino, de acuerdo con la institución de Cristo, su muerte se muestra, y los dignos receptores son, no de una manera corporal y carnal, sino por fe, hechos participantes de su cuerpo y sangre, con todos sus beneficios, para su nutrición espiritual y crecimiento en gracia” (”Catecismo Bautista de Benjamin Keach” - Q. 107). “Participando externamente de los elementos visibles de la misma, también lo hacen interiormente por medio de la fe; la reciben real y verdaderamente, no de forma carnal ni corporal, sino espiritual; y se alimentan de Cristo crucificado, y de todos los beneficios de su muerte” (”Segunda Confesión Bautista de Londres de 1677” - Capítulo 30).
De la misma manera que cuando Israel sacrificaba animales en el templo de Jerusalén para obtener ciertos beneficios delante de Dios. Los sacrificios no eran nada sin el pacto, pero el sacrificio del animal al presentarlo ante Dios era un acto basado en un memorial del pacto. El sacerdote al presentar el animal ante Dios, le estaba diciendo: “Dios, recuerda tu pacto. Tú prometiste en la ley del pacto, que si hacíamos esto nos darías esto otro”.
Y luego del sacrificio se comía la comida de ese Shabat (celebración del sábado) haciendo memoria de lo sacrificado. Al comer esa comida cada uno participaba de los beneficios conseguidos en el sacrificio.
Por esto 1 Corintios 10:18 dice: “Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar?”.
Esto también estaba en el contexto cultural pagano (1 Corintios 10:25-28). Ellos al sacrificar animales a sus dioses, cuando después participaban en forma de comida de lo que había sido sacrificado, ellos tenían comunión, participación de los beneficios del sacrificio.
1 Corintios 10:20,21:
“20 Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios.
21 No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”.
Pablo está diciendo que lo que los gentiles sacrifican lo sacrifican a los demonios, y al comer de lo sacrificado, ellos tenían comunión con los demonios. E insta a los cristianos a dejar esas comidas de comunión con demonios para participar de la celebración de la Comunión porque ahí nos hacemos partícipes del Señor.
Al “hacer esto en memoria de” Jesús (Lucas 22:19), "el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento" (Juan Damasceno - "Expositio Fidei". 86); "ofreciendo y dando a todos los que toman parte en este espiritual banquete la realidad en él significada, aunque solamente los fieles la reciben con fruto, puesto que abrazan tan inmensa gracia del Señor con verdadera fe y grande gratitud" (Juan Calvino - "Institución". IV,XVII, 10).
El Espíritu Santo podría obrar sin los sacramentos, pero es Dios quien lo determinó así, para que cada uno “busque a Dios en el camino que ÉL ha ordenado, esperando que le encuentre allí, porque se lo ha prometido... De esta manera el Autor de toda gracia, es quien comunica a nuestras almas toda bendición por estos medios. (Por lo que) todo aquél que desee crecer en la gracia de Dios, deberá esperarlo (entre otras cosas) participando de la Cena del Señor” (John Wesley - ”Los Medios de Gracia” de 1740).
En la Comunión la congregación proclama, mientras nos hacemos uno con lo proclamado (1 Corintios 10:20,21), y se nos aplica lo que Jesús ya logró. Debido a todo esto, Ignacio, pastor de Antioquía y discípulo directo de Juan, escribió en el año 110 d.C.: "partiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, y alimento para vivir en Jesucristo por siempre" ("Carta a los Efesios". XX,2).
De esta manera, la efectividad de la Santa Cena no está en la magia de las palabras exactas repetidas, ni en el pan y el vino en sí, ni en la piedad de quien la preside. Está en el acto Memorial que repite lo que Jesús nos mandó a repetir mientras cada cristiano aplica su fe en lo que Cristo ganó por él.
El traer delante de Dios la memoria del sacrificio de Cristo a través de aquello que Cristo instituyó repitiendo sus palabras y promesas. Así aplica lo que es. Jesús dijo: "Esto es mi cuerpo", "esto es mi sangre". Presentamos este Memorial delante de Dios y pedimos, y por fe se nos aplica por la virtud de lo presentado.
Martín Lutero explicó: “Es como si dijera yo doy esto y a la vez ordeno que lo coman y lo beban, a fin de que lo puedan aceptar y disfrutar. Quien tal cosa escuche creyendo que es verdad, ya lo posee. El tesoro ha sido abierto y colocado delante de la puerta de cada hombre; aún más, encima de la mesa. Pero es menester que tú te apropies de él y lo consideres con certeza como aquello que las palabras te dan" (”Catecismo Mayor”. El Sacramento del Altar).
El perdón de pecados no es apenas una transacción o la inserción de la moneda correcta en una máquina que otorga perdón. Si en algún momento actúas mal, le pides perdón a Dios mediante tu fe en Jesús, el perdón de Dios está disponible para ti (1 Juan 1:9). Pero no lo olvides, es una relación. El caminar con Dios es una relación que avanza o se deteriora. Luego de que le has pedido perdón a Dios, la participación de la Comunión es el avance de esa manifestación de bien hacia ti como hijo de Dios. No se trata de que no recibes estas cosas hasta la participación de la Comunión, sino que hablamos de un avance de estas cosas y profundización de forma real y concreta en cada vida, de la misma manera que el pecado es el deterioro de esa misma relación.
Es una relación genuina entre Dios y nosotros. Efesios 4:30 afirma que en el pecado contristamos al Espíritu de Dios, es decir que en la relación con Dios, como con toda relación, hay niveles de acercamiento y alejamiento. Así, Jesús, en Apocalipsis 3:19 dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Hay un proceso de santificación y hay un llamado a no solo pedir perdón como quien pone una moneda en la maquina correcta, sino a arrepentirse.
Por eso también Santiago 4:8,9 nos dice: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros (en la relación con Dios, como con toda relación, hay niveles de acercamiento y alejamiento). Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones (acá no se trata de conseguir el perdón del pecado ante Dios, sino de purificar el corazón de las consecuencias que el pecado dejó en el corazón). Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza (en ese proceso de arrepentimiento, contrición, humillación y oración hay transformación y acercamiento hacia Dios)”. Por esto 2 Corintios 7:10 dice que “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento”. No se refiere a que apenas se consiga un remordimiento de lo que se hizo mal, sino que a través de todo esto se avance en la conversión hacia la relación íntima con Dios. La justificación en Cristo siempre está en la misma posición, pero la santificación varía.
CELEBRACIÓN SANTA
El sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre no puede ser contaminado ni santificado, ya fue perfecto y recibido como tal por el Padre. Lo que debe ser hecho digna y devotamente es el Memorial de este sacrificio (1 Corintios 11:27).
Si los sacrificios del Antiguo Pacto por la culpa, siendo un pacto inferior al nuevo (Hebreos 8:6), fueron llamados “cosa muy santa” (Levítico 7:1), y el participar en el comer esos sacrificios también fueron llamados así (Levítico 7:6), y la Pascua fue denominada “fiesta solemne” (Éxodo 12:14) y “santa convocación” (Éxodo 12:16); ¿cuánto más debería ser considerado de este modo el sacrificio del Señor mismo en la cruz, y la participación de la mesa del Señor?
Por esto para que los participantes reciban dignamente la Cena del Señor, es necesario que estén bautizados, y que hagan un examen del conocimiento que tienen para discernir el cuerpo del Señor, de su fe, de su arrepentimiento, de su amor y su nueva obediencia; poniéndose a cuentas con el que los llamó a "ser santos en toda su manera de vivir” (1 Pedro 1:15), confesando sus pecados (1 Juan 1:8-10) y solucionando cualquier conflicto con otro hermano (1 Corintios 11:17-19; Mateo 5:21-26); no sea que, recibiendo indignamente la ordenanza, no solo no reciba ningún bien de él, sino que así como el que participaba indignamente en la Pascua debía ser “cortado de Israel” (Éxodo 12:15-19), ahora alguien coma y beba juicio, asociándose con el crimen contra Jesús y teniendo que responder por él:
1 Corintios 11:27-31:
“27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.
30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.
31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”.
Una persona que no se bautiza ni participa de la Comunión en una congregación cristiana, a menos que se vea imposibilitada por alguna razón, está pecando delante de Aquel que le ordenó hacerlo. El Catecismo de Ginebra de 1545, escrito por Juan Calvino, advierte: “Si alguien arrogantemente, por su propia voluntad, se abstiene de usar los Sacramentos, como si no tuviera necesidad de ellos, desprecia a Cristo, rechaza su gracia y apaga el Espíritu” (Q315).
Relacionado con el temor de Dios en la participación del cuerpo y sangre del Señor, debemos tener en cuenta el respeto por los elementos. Un extremo de esto es lo que la iglesia Romana y la Ortodoxa hacen en la idolatría de los elementos. Ellos le rinden literalmente culto y adoración a la hostia que dan en lugar de pan. Lo cual jamás nos ordenó el Señor y es pura superstición.
Otro extremo es el menosprecio de todos los elementos en la Comunión, haciéndole perder todo su simbolismo y destruyendo todo valor como simbolismo.
El respeto a los elementos visibles que usamos en la Comunión nos ayudan a respetar al Dios invisible que participa en la Comunión.
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